Me comentaban hace unos días, que andaba un señor bastante preocupado al que se le ha presentado en casa el presunto padre del hijo de su hija, o sea lo que en tiempos se hubiese llamado el yerno, pero que en ese contexto no hay de qué, porque no ha mediado casamiento ni siquiera juramento privado de unidad familiar, sólo la presunta paternidad.
El hombre se devanaba los sesos y les pedía consejo sobre cómo trataría al presunto macho y cómo lo llamaría cuando de él hiciese referencias públicas.
No es que al hombre le preocupara la situación de la pareja incubadora, que allá cada cual con sus entregas. Asumía la decisión de la hija y del otro de mantenerse en soltería con abrazadera, que ya eran mayorcitos y se lo habrían pensado.
A él lo que realmente le preocupaba era lo del apelativo familiar o de parentesco que le daría al presunto. Porque lo de yerno era mentira, lo de querido le sonaba a milonga, lo de amigo le parecía un sutil disimulo, lo de compañero olía a eufemismo encubridor y lo de hijo político una cursilería y un embuste.
Algunos le aconsejaron que lo llamara por el nombre de pila, o de pilón, según lo que tuviera, y santas pascuas. Que cuando hubiera de presentar la pareja a alguien dijera que aquí la Loly y aquí el Fonsin y que cada cual se quedara con el lazo que pudiera imaginar. Pero al hombre no le convenció el recomiendo, porque quedaba como un poco frío e indefinido.
Se barajaron varios apelativos, que si allegado, que si cognado, que si colateral, que si putativo, que si parental. Pero fueron rechazados sucesivamente porque sonaban a cursilería y algunos hasta a cachondeo.
Hasta que a alguien se le encendió la luz y le recomendó que le llamara simplemente hijo. Y él: ¿Pero hijo mío, hijo de la hija o hijo de qué?