Se cuenta que una editorial devolvió un original a su autor, con una carta que decía, más o menos, así:
Hemos examinado atentamente su original y nos ha gustado extraordinariamente. Sin embargo, nos tememos que, si publicáramos su excepcional obra, nos sería totalmente imposible en adelante publicar cualquier obra que no alcanzara el altísimo nivel de la suya, con lo que nuestra editorial caería en desprestigio. Por eso, y lamentándolo profundamente, nos vemos obligados a devolverle su magnífico original y le suplicamos encarecidamente que sepa perdonar nuestra cortedad de miras y nuestra pusilanimidad.
La cosa tiene su MUCHÍSIMA gracia, pero al menos los responsables de la editorial perdían perdón por su postura.
Cuando en aquel pueblo alguien le dijo al alcalde que cómo había hecho aquella chapuza en la calle principal, con el pavimento irregular y las aceras no se arreglaban y adecentaban, el alcalde contestó que lo había hecho mal a propósito, porque si lo hacía bien los demás vecinos le exigirían también una buena pavimentación para sus calles.
(Lo que pasó es que aquel alcalde no pidió perdón a nadie).
De otro alcalde me contaron que pidió ayuda a una institución para que le proporcionara un conferenciante para la Semana Cultural. En la institución le propusieron a una persona de gran prestigio cultural, que además andaba viajando por aquí y daría la conferencia por sólo unos pequeños gastos de viaje. Pero el alcalde rechazó la propuesta, alegando que, con tan alto nivel, el próximo año le exigirían otra personalidad de la cultura y no admitirían una conferencia sobre el arte de cultivar lechugas.
(Éste alcalde tampoco pidió perdón a nadie).
Como tampoco lo pidió aquél que hace tiempos rechazó la traída de agua al pueblo:
– Sí, hombre, hoy les traigo agua y mañana me piden vino.
¡Pues claro, hombre, claro!