NUEVOS HÉROES

PATERA

Con noticias que rara vez aparecen en la prensa y por lo poco que parece importarnos, quiero hacerme eco en homenaje a tantos que con su trabajo y silencio son mis héroes.

«Mi ley es el amor y ésa no la trasgredo»
• El ‘padre pateras’ refugia a mujeres y a niños que cruzan furtivamente el Estrecho
El franciscano Isidoro Macías, el padre pateras, acoge en su casa de Algeciras a mujeres y niños que llegan en pateras a Tarifa. Esa entrega le ha valido la admiración internacional y un homenaje en el libro Luna negra (Belacqua), de María Vallejo-Nágera, cuya recaudación irá a parar a manos del apóstol del Estrecho.
–La revista Time le incluyó en su lista de los 22 héroes europeos.
–Pues sí. Y hace unos cinco meses vino una cadena de televisión de Los Ángeles a visitar al padre pateras, con la de cosas interesantes que hay por ahí…
–¿Le gusta el mote?
-¡Claro! Se lo inventó un colega suyo de TVE y ahí quedó. Dios pone la inteligencia a quien la pone, ¿no?
–A usted le puso la capacidad de amar.
–Si todo el mundo se quisiera un poquito, no habría tantas guerras. Yo nunca hablo de Dios, porque soy uno más del pueblo y no un beato, pero no echamos cuenta de lo que Él dijo: «Amaos los unos a los otros».
–Es que lo suyo es un don.
–Dios me lo ha dado y hay que ponerlo al servicio de los demás. Mi padre era minero y éramos seis hermanos. A los 12 años me puse a trabajar vendiendo cántaros de agua. Sé lo que es andar descalzo y sé lo que es ponerse dos veces en la cola de la leche del colegio para llevar un poquito a casa.
–Eran demasiadas bocas.
–Pero había mucho amor. Recuerdo que cuando mi padre llegaba de la mina, mi madre le esperaba en la puerta con una pajarilla de aguardiente y agua, para quitarle el polvo de la garganta. Yo comprendo a las personas que no tienen nada porque no tuve ni tengo nada.
–Sin embargo, la vocación llegó más tarde.
–La descubrí haciendo la mili en Ceuta. Conocí a Isidro Lezcano, fundador de la Cruz Blanca, que se dedicaba a los desheredados y me quedé con él. Me enseñó que lo principal es dar mucho cariño. Nos echaron de la casa, pero nos expandimos.
–Dios aprieta, pero no ahoga.
–Así es. Nos instalamos en Tánger y recogimos a los españoles perseguidos por Franco. Luego me trasladaron a Cáceres, a una casa con cincuenta y tantos niños deficientes, que son los que necesitan el doble de amor. Después fui a Costa de Marfil, a Venezuela y, desde 1982, estoy en Algeciras. Aunque al principio no quería quedarme…
–¿Por qué no?
–Porque estaba muy bien con mis niños. Pero Dios me dijo: «Isidoro, en Algeciras está tu corazón, tu todo». Y al cabo de 15 años empezaron a llegar los inmigrantes. Primero los de Liberia, a los que dábamos una ducha, una manta, un plato de sopa. Luego muchísimos más.
–El Estrecho se ha tragado a más de 4.000 inmigrantes.
–¡Si hubieran hecho lo que yo dije hace muchos años!
–¿Qué dijo usted?
–En Europa hay una demanda de cuatro millones de obreros. ¿Por qué no se reúnen los de la patronal europea y los gobiernos y les dan a estas personas sus contratos de trabajo? Esos ministros que se reúnen tanto para hablar de la inmigración, ¿han dialogado un poco con el inmigrante para saber cómo está en su país?
–Cuénteselo usted.
–Están mal. Aunque te cuentan lo que quieren, porque temen a esas condenadas mafias. He tenido a doscientos y pico, y ninguno suelta prenda. ¡Yo también tendría miedo!
–¿En qué estado llegan?
–Después de cuatro horas en el Estrecho llegan mal, muy mal. Me las trae la Guardia Civil envueltas en mantas muy grandes. Se duchan y luego dan el ciento por uno. En seguida aprenden a decir: «Papá bueno». Antes de apagar la luz, cada noche, piden por el Papá Isidoro.
–¿La Guardia Civil se comporta?
–¡De maravilla! Hacen la vista gorda muchas veces, les compran bocadillos de su bolsillo. Nunca han repatriado a nadie mojado como algunos cuentan. Enseguida me llaman para que dé ropa, para que las deje duchar. Y me traen cosas. Una vez se incautaron de un alijo de drogas que venía escondido entre tomates marroquís y a las dos horas tenía 20 kilos de tomates en mi puerta.
–Y eso que alguna ilegalidad habrá usted cometido.
–A veces vienen a arrestarme o a llevarse a mis madres. Pero al cabo de un ratito me dejan ir. Mi ley es el amor y esa ley no la trasgredo. Si el Evangelio dice «fui forastero y me acogiste, tuve hambre y me diste de comer», ¿quién soy yo para cuestionarlo? Quizá tenga que hacer unos cursillos sobre leyes para ver cómo no dar de comer al que viene a mí.
–¿Nunca pierde el humor?
–En casa no nos quedamos sin comer. ¿Por qué debería perderlo?

Núria Navarro, El Periódico

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