¿ES EXAGERADO?, ¿ES CONVENIENTE?, ¿HASTA DONDE?
Según el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, la ley debe prohibir claramente que los padres den bofetones a sus hijos. Me parece oír la ola de aplausos que recorrerá el país. La protección de los niños es una buena causa, nadie lo duda. Y en estos momentos en que los medios de comunicación nos informan casi a diario de las agresiones contra las mujeres y contra los hijos pequeños, que a veces tienen un final trágico, el aplauso es especialmente comprensible. Pero, si no me equivoco, las leyes penales ya tienen en cuenta los delitos de maltrato. Algunos padres y algunas madres ya están encarcelados.
Lo que ocurre es que no siempre es tan fácil como parece definir cuándo hay agresión, y más concretamente un castigo agresivo contra un menor. El Defensor del Menor madrileño se queja de que la ley actual permite las bofetadas. Dice, además, que no son pedagógicas para los niños.
Yo no lo veo tan claro. Los matices existentes en el mundo de los bofetones son variadísimos. La bofetada violenta con ganas de hacer daño, la bofetadas excesivamente fuerte, la bofetada ocasional y que el niño no puede comprender por qué se la han dado, la bofetada suave y con voluntad aleccionadora. ¿Hay una escala de Richter –como la de los terremotos– para poder calcular la fuerza de los cachetes?
¿Dar una bofetada –no 20 seguidas– puede considerarse pegar? Es dar un golpe «con la palma de la mano». En cuanto a la afirmación de que no son pedagógicas, me parece demasiado general y rotunda. ¿No habéis oído decir nunca a algún adolescente o joven «Si me hubieran dado una bofetada a tiempo…»? Yo, y que me perdonen los puristas de la intocabilidad, considero que una bofetada oportuna y debidamente controlada puede lograr que algunos críos se decidan, milagrosamente, a escuchar.
En cualquier caso, me parece demasiado retorcido creer que la explicación de los problemas que sufren los adolescentes es que, de niños, les dieron una bofetada…