La misma intensidad en la mirada…

…Hace unos pocos días, estaba dando un relajante paseo por Fuente del Berro, parque cercano a donde resido; paro a descansar en un banco, mi curiosidad me lleva a coger un trozo de papel doblado encima del banco,el papel no era de libro o periódíco, era otro tipo de papel. No suelo ir a menudo por el Parque por lo que no estaba allí para que yo lo cogiera y leyera. Esto decia el papel.

Sé que no soy joven. Los gestos en la cara se han marcado hasta crear unos surcos desleales. La piel cae en pequeñas bolsas irreconocibles y el pelo es ya casi tan blanco como el de mi color habitual.
A veces me miro en el espejo y no me reconozco, aunque por dentro me creo la de siempre. Sé que ando más despacio y la rodilla me duele algunas veces. Que me canso al subir las escaleras. Que los precios de las etiquetas son invisibles sin las gafas.
Ya no me sirven la talla 40, ni la 42, ni la 44, pero a mis nietos no les importa que no vaya con minifalda.
Los ojos se han quedado pequeños, las pestañas escasas, pero curiosamente la intensidad de la mirada es la misma, porque proviene del corazón.
Poco a poco se deforman los pies y las manos. Sube el colesterol y la palabra rehabilitación ha llegado a formar parte de mi vocabulario habitual. Seguro que he perdido algunos centímetros de estatura, y la pérdida de calcio me preocupa. No estoy enferma; no voy al médico habitualmente, pero empiezo a no ser joven, o quizás he terminado ya de serlo.
Pero no importa, no he perdido tanto, o quizás he ganado bastante. Soy mucho más sabia, más reflexiva, más prudente. Como sé que la vida es más corta, la disfruto más. Como pasa más rápida, voy más despacio. Tengo menos amor, pero muchos más trucos para sobrevivir. La misma alegría, pero con una risa que cura tristezas; más tiempo, menos obligaciones, mejores aficiones y una mirada más detenida sobre las cosas.
Y fuera estereotipos. Disfruto igual de la comida. Milagrosamente, no me abandonan mis buenos reflejos conduciendo. Mi entusiasmo por una buena idea es total. Aún creo en lo imposible.
Mi oído para la buena música incluso ha mejorado. Sé que soy buena amiga de mis amigos. He perdido complejos y he desechado inutilidades. Puedo analizar las cosas con más claridad; decir no; ser menos crédula de la realidad y más de la fantasía; relativizar todo, reírme de mí misma y de las cosas; mirar la naturaleza con el mismo asombro, pero con más respeto. He aprendido a amar lo antiguo, a escuchar el pasado, a descubrir el universo. Sé más, aunque recuerdo menos. He descubierto el valor y el valer de tantas mujeres. Y yo misma he conocido otro amor distinto: el que se da y se recibe de los hijos de tus hijos.
Tengo la libertad total que da la vida vivida y reconocida, y me congratulo por ello. Los agobios de la juventud han pasado, y el tiempo es sólo mío y de quien de mí disponga. Me digo: soy más vieja, pero ¿qué he perdido? En realidad, ¿qué he perdido?
Esther Andrés

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