Hombre maduro

«Debe ser muy triste llegar a viejo y pasear por las calles sin que nadie te salude»

Es tiempo de otoño. Ha amanecido nuboso y el hombre del tiempo ha dicho que esta tarde puede llover. El viento suave -compañero cotidiano en años ya vividos- acompaña mi salida de esta mañana.

Un señor mayor pasea cansino por la calle principal, con la mochila de los recuerdos a la espalda,-liviana carga, dulce en sonrisas y voces- imposibles ya para el retorno mas nunca para el olvido. Llega al cruce del parque y detiene el paso, indeciso, ¿por dónde seguir?

Busca algo que elimine la duda. De pronto, por la calle próxima aparece una mamá muy joven con un pequeño de pocos años.

Giran hacia la calle principal. La voz del niño suena a ruiseñor y la de su madre envuelve el aire en un halo de ternura.

El señor mayor ya no duda y camina decidido -pero con su andar lento- tras ellos, y observo, hasta que los pierdo de vista.

Me gustaría adivinar qué gestos recorrieron su cerebro esta mañana y esta tarde, saber en cuantos niños se convirtió aquel otro niño que cruzó mi vida esta mañana y ese instante. Seguí hacia el kiosco de prensa, dejando atrás la escena y al viejo-niño.

Pienso que debe ser muy triste llegar a viejo (con toda la connotación afectiva de la palabra) y pasear sin que nadie te salude o diga al menos:

-Adiós, ¿Cómo le va la vida?

O, simplemente, que alguien te mire y sonría; tu, sin más talento y título que el de los años vividos, hombre que encendió hogueras de luz, de amor y tolerancia y compartió los dones recibidos, aunque luego, algunos olviden que el hombre no nace, sino que se hace con la ayuda de otros muchos hombres que fueron generosos en la entrega y que no esperan si no morir en paz, cumplida su tarea, aquella que los ennoblece en la vida y después de su muerte.

Nadie con un mínimo de inteligencia podrá poner en duda que donde hay un hombre que triunfa, hubo, primero una familia e ineludiblemente, un buen grupo de personas que lo enseñaron y acompañaron a caminar.

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