Ya saben que hoy se celebra San Valentín, un santo romano del siglo III, allá cuando el emperador Claudio, que nada tiene que ver con el amor humano y al que modernamente se le ha hecho santo y seña de amoríos, de parejas estables y de las de hoy te quiero más que ayer pero mañana ya veremos.
Lo que ha pasado es que a San Valentín se le asignó un día de conmemoración que a alguien se le antojó como el de los indicios primaverales. Bueno, más que antojo fue observación, porque, en efecto, por estos días empieza la primavera a hacer sus guiños, con las primeras flores de los almendros, con las cigüeñas machacando el ajo nupcial y con los gorriones haciendo escandalosos vuelos en busca de novia.
Parece, pues, que es época del despertar del amor. Y mientras las palomas se apichonan y los gallos se estiran machistamente, los comerciantes se pusieron de acuerdo para que hoy todos lleven una prenda de emparejo y vayan ustedes amando y yo ganando. Puede que haya personas que cultiven amores múltiples, lógicamente ficticios y fraudulentos, pero eso nunca será lo mismo que hacer una cosa de mil amores, que no es más que una exageración retórica, que es lo mismo que hacer algo con sumo gusto y complacencia.
Por eso les quería recordar hoy que aparte del amor personal existen otros amores figurados y trasladados, que no es lo mismo pasar la velada al amor de la señora que pasarla al amor de la lumbre. Hay cosas que se hacen por amor… al dinero, a la fama, a los goces. Pero cuando se hacen las cosas por amor al arte es cuando el amor es más verdadero, porque se hace por decisión y sin esperar nada más.
El amor es paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. (…) Tres cosas hay que permanecen: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más grande de las tres es el amor.